Cuando era pequeña Aita veía las motos en la tele algunos domingos. Cuando habían sido muy emocionantes llamaba corriendo a su madre para comentarlas.
Si querías contarle algo durante esas carreras trepidantes te despachaba con un «tsch tsch tsch tsch tsch» mientras hacía un gesto con la mano para despejar el espacio entre la tele y él, y movía la cabeza para no perderse un fotograma.
En algún momento, cuando Checa ganaba carreras , empecé a sentarme a su lado, a preguntar quién era quién, a disfrutar juntos de las carreras en silencio, solamente hablábamos para decir «¡Ay!» o para valorar los horribles comentarios de los comentaristas del tipo: «si no se cae, ni le adelanta nadie, gana la carrera».
Un día me propuso ir juntos al primer gran premio de Cheste, en Valencia y yo me moría de la emoción ¡ver a los pilotos en directo! Y ahí nos fuimos, con unos amigos suyos de Mapfre. Yo iba de paquete, como me enseñó desde niña, acompañando sus movimientos, abrazada a papá para los acelerones y con las manos apoyadas en el depósito para los frenazos de la CBR.
Desde entonces muchos grandes premios. Llamar a Lala, luego llamar a Paíno, cuando me fui de casa llamarnos entre nosotros.
Viajes y anécdotas, en familia, cortos y largos, con frío y con calor, acampando o en hotel, comiendo de lujo o de batalla, de paquete y de piloto, de VIP o de peluse.
Poco a poco las iré contando, todas son maravillosas.