Era la tarde de un viernes primaveral del mes de Abril del año 1974. Eduardo García, compañero de la Facultad de Medicina y del equipo universitario de rugby de esta, me había ofrecido entrar en el Teca R.C.. Yo jugaba de zaguero en Medicina y al parecer, se había lesionado el zaguero titular del equipo. Para mí era un paso muy importante el cambio de nivel que suponía pasar de jugar en la liga universitaria a la liga federada donde el Teca militaba en la primera división provincial de Madrid. Eduardo se había encargado de todas las gestiones necesarias para hacer la ficha federativa y un jueves me dijo:
- Mañana hay una asamblea del Teca en la que deberías estar, pues vas a jugar el sábado contra Arquitectura, un partido jodido donde nos jugamos el ascenso a la segunda división nacional.
Disimulando mi emoción, le pregunté dónde y a qué hora era la cita.
- A las siete y media en el Club Británico, en Gran Vía número uno.
- ¡Caramba! ¡Qué elegancia!
- Bueno, es que nuestro entrenador es inglés y aprovechamos para tener las reuniones allí.
Nunca he sido puntual, pero aquel día aparcaba mi Vespa en el vértice que forma la unión de las aceras de Gran Vía y Alcalá a las 7 y cuarto de la tarde, esperando la llegada de Eduardo quién me iba a hacer las presentaciones de rigor. No tardó en llegar y tras un breve saludo entramos en el edificio, naturalmente vetusto y señorial al igual que el piso que ocupaba el British, el cual se decoraba con todos los tópicos que uno espera encontrar en un Club Británico.
De todas formas, no recuerdo mucho del local. Pasamos a una sala de billar donde se encontraban algunos chicos de mi edad o quizá algo mayores. La verdad es que no recuerdo bien las primeras presentaciones. Recuerdo a un chico alto y guapo que creo se llamaba Alberto, también estaba Miguel Angel Martín Toral y creo, con cierta certeza, que estaba Federico. Mientras esperaban al resto para iniciar la célebre Asamblea jugaban al billar sin mucho entusiasmo hablando sobre todo del partido del día siguiente. La gente se fue incorporando y Eduardo dejó de presentarme a todo el mundo, supongo que enredado en otros asuntos. El grupo seguía charlando alrededor de la mesa con el mismo tema de conversación. Alguien dijo que Enrique Parra estaba lesionado y entonces un tipo fuerte con barba rubia, gafas y una incipiente alopecia, preguntó:
- Entonces, ¿Quién juega mañana de zaguero?
A lo que Eduardo, señalándome a mí dijo:
- Este.
El de la barba me miró un instante y dijo:
– Ah! ¡Qué bien!
Así, con una expresión optimista sobre un jugador que no conocía y que, por su físico, poco prometía, conocí a Kalís.
Durante 45 años su optimismo y su capacidad de relativizar las contingencias de la vida, consciente de que esta está para vivirse disfrutando de todo lo que te ofrece, evitando atormentarse indefinidamente con los reveses de la misma, fueron un sostén maravilloso para mi vida.